La experiencia del miedo escénico puede llegar a ser aterradora y yo creo que la inmensa mayoría de personas la conocemos, tengamos o no relación con la «escena» propiamente dicha. Hay miles de situaciones que nos pueden disparar la ansiedad escénica: actuar en un escenario teatral, tocar un solo instrumental, o salir a cantar o bailar son quizá los ejemplos que primero nos vienen a la cabeza. Pero ¿y leer un poema en la boda de unos amigos? ¿O presentar un trabajo en clase o un proyecto en el trabajo? ¿O que un profesor te pida que te levantes y respondas una pregunta? ¿Y qué hay de levantar la mano y expresar una opinión ante un grupo de personas? ¿O simplemente dejar un mensaje en un contestador automático o posar para una foto?
Muchas de estas situaciones nos pueden producir una experiencia de ansiedad escénica en la que, de forma brusca, nuestra percepción del entorno se transforma. En un momento así se pueden tener muchas sensaciones diferentes: se altera la respiración, la cabeza va a mil pero no consigue centrarse en lo que uno tiene que hacer, gran parte de la atención la colocamos en el público (aunque el «público» sea un contestador automático) y al mismo tiempo nos cuesta percibir a ese público con claridad, como si solo existiera como una presencia amenazante. El cuerpo se tensa, la voz se altera, el corazón se dispara, entran sudores fríos, se nos seca la boca… Puede llegar a ser tremendamente desagradable. Tanto que muchas personas prefieren no «salir a escena», no ser escuchadas, no ser vistas, con tal de no pasar por una experiencia así.
De todas formas, aunque no siempre nos sobrevienen todos estos síntomas físicos cuando estamos en un contexto de ansiedad escénica, hoy me quiero centrar en una de las experiencias que, bajo mi punto de vista, es común a estas situaciones: la sensación de sentirse desconectado de los demás. Cuando sentimos ansiedad en escena los otros están muy presentes pero, al mismo tiempo, nos sentimos tremendamente solos. Muchos vivimos una sensación de desconexión, de falta de apoyo. Dejamos de percibir a los demás, al público, como un sostén que nos hace posible actuar desde la relajación, una base y un motor que nos aporta su atención, su interés por lo que tenemos que comunicar. Cuando la ansiedad llega a ser muy fuerte tampoco nos sirven de sostén otras relaciones de apoyo que tenemos fuera, y a duras penas nos podemos apoyar en la técnica y en los ensayos. A nuestros ojos el público deja de ser un grupo de personas concretas y reales, y se convierte en un ente compuesto por personas que empezamos a percibir como anónimas, no como personas reales. Dejan de ser personas con las que sentimos que podemos conectar y empezamos a sentirnos solos, metidos en nuestra cabeza y en nuestras sensaciones desagradables.
De esta experiencia de soledad surge el título de este post: ¿cómo puedo hacer un solo sin sentirme solo? Es lo que querríamos sentir cuando tenemos que hacer un solo (los músicos, bailarines o actores) o tenemos que hablar o hacer algo ante un grupo de personas que nos van a mirar y escuchar. Querríamos sentir que no estamos solos, que se nos sostiene ahí, que la comunicación es bidireccional y no solo algo que nosotros «emitimos» y que los demás evalúan.
¿Qué fuentes de sostén podemos encontrar? Hay muchas. La preparación previa es sin duda una de las más importantes (los ensayos, el prepararse una charla, el aprender una técnica). Pero no es la única y, por desgracia, muchas veces en las escuelas y conservatorios sí la única en la que se pone atención: «practicar, practicar y practicar». Sin embargo, cualquiera que esté en una disciplina escénica sabe que aunque la práctica es crucial, no es el único factor que influye en el resultado.
Respecto al tema que nos ocupa en este post, creo que hay otro aspecto muy importante que conforma lo que sentimos en escena: la percepción que tenemos de los demás, tanto de los que están presentes como de los que no. Una persona, por ejemplo, que ha tenido un entorno familiar o educativo en el que se ha valorado su expresión, en el que se ha sentido escuchada por grupos de personas cercanas, es probable que lleve consigo esta percepción de sí misma cuando esté ante grupos nuevos de personas desconocidas. Puedo salir a escena porque me han enseñado que «yo soy alguien a quien la gente escucha». Si, por poner otro ejemplo, una chica quiere hacerse actriz y su familia no está de acuerdo, porque se avergüenzan de que se haga «de la farándula», o porque tenían otros planes para ella, si eso significa que va a estar recibiendo de ellos una crítica continua, es bien posible que cargue esa crítica consigo cuando tenga que salir a escena, aunque nadie de su familia esté presente.
Un ejemplo más: si tienes que hacer alguna actuación, del tipo que sea, y sientes que hay personas importantes para ti que tienen unas expectativas muy grandes puestas sobre lo que vas a hacer (o peor aún, sobre quién eres), es muy probable que el miedo a frustrar esas expectativas, y lo avergonzante que eso puede ser, sea un elemento muy grande de ansiedad. Si tienes que salir a escena y no hay nadie en la escena ni entre el público con quien sientas una buena conexión, que vivas como alguien que no te va a criticar pase lo que pase, es probable que la falta de ese apoyo contribuya significativamente a aumentar tu sensación de peligro y ansiedad.
La pregunta del título, cómo hacer un solo sin sentirse solo, no tiene una respuesta fácil, sobre todo una respuesta genérica. Pero podemos encontrar respuestas buscando en cada persona concreta. La experiencia de cada persona es diferente y es necesario acercarnos a la vivencia personal y a la historia de cada uno para entender cómo es para cada cual esa sensación de desconexión, de qué apoyos dispone, qué experiencias pasadas necesita «sanar» para que dejen de ser dolorosas, y, sobre todo, cómo puede aprender a construir nuevos entornos de apoyo, día a día, que le permitan la expresión, que hagan que «salir a escena» pueda llegar a ser una experiencia gozosa de compartir con los demás, no de aislarse de ellos.
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